La injerencia y la precensia de Estados Unidos en
Latinoamérica
Hoy me gustaría comentar los artículos de dos politólogos latinoamericanos,
Rómulo Pardo Silva y Marcelo Colussi, que dieron suficientes argumentos en sus
investigaciones sobre la influencia de los Estados Unidos en América Latina en
el momento actual.
Comunicado de la Fuerza Aérea
de Chile
Este miércoles 28 de agosto, se dio inicio a la Conferencia Sudamericana de
Defensa SOUTHDEC 2024, instancia organizada por el Comando Sur del Ejército de
los Estados Unidos y que se ha constituido como uno de los foros de
conversación más importantes en el continente en el ámbito de seguridad y
defensa, el cual reunió a las principales autoridades nacionales e
internacionales para intercambiar experiencias ante los desafíos en común y
fortalecer la cooperación entre los países.
Los anfitriones fueron la Comandante del Comando Sur de Estados Unidos,
General Laura J. Richardson, seguida por el Jefe de Estado Mayor Conjunto
norteamericano, General de la USAF Charles Q. Brown.
Los jefes militares asistieron a una exposición estadounidense de condena
política al gobierno de Venezuela.
La jefa del Comando Sur de Estados Unidos afirmó que “Maduro sigue
socavando la voluntad democrática del pueblo venezolano”, remarcó su
preocupación por la crisis en Venezuela tras las elecciones presidenciales.
Sobre lo que llamó conflicto dijo que se debe encontrar
una solución política y no la militar.
Ha existido una relación
histórica de militares latinoamericanos con el poder estadounidense
Los gobiernos de Chile, Argentina, Costa Rica, Guatemala, Panamá, Paraguay,
Perú, República Dominicana y Uruguay no reconocen el resultado de la elección
en Venezuela.
En Venezuela, el 30 de agosto, producto de un sabotaje se registró un
apagón eléctrico que ha afectado a casi todo el territorio incluyendo La Gran
Caracas.
El presidente Maduro aseguró que es el mayor en su historia, que existe «una
sala de guerra en EE.UU.«, el responsable último de la operación ejecutada
en contubernio con agentes locales de la oposición extremista y operadores como
el grupo de ‘hackers’ Anonymous, que el pasado 7 de agosto publicó en X un
mensaje en el que advertía a la población venezolana que realizaría un ataque
al sistema eléctrico.
Opositores al chavismo han realizado durante años acciones violentas.
El Ministro de Relaciones Exteriores venezolano dijo a la jefa del Comando
Sur de Estados Unidos: «Sus ridículas amenazas no sirven para motivar a los
pequeños grupos violentos y terroristas que, en nuestro país, han fracasado
nuevamente».
En México, el gobierno de Estados Unidos se pronunció contra la reforma
judicial propiciada por el presidente AMLO. La propuesta de López Obrador
«representa un riesgo mayor para el funcionamiento de la democracia en México»,
dijo su representante.
México rechazó la «inaceptable injerencia» y declaró una “pausa
diplomática” con Estados Unidos y Canadá.
Estados Unidos expresó en Honduras su preocupación por la reunión del
secretario de Defensa y el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas
Armadas hondureñas con el ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino
López.
Debido a las injerencias en los asuntos internos, la presidenta Xiomara
Castro ordenó dejar sin efecto el tratado de extradición con Estados
Unidos. Tras romper el tratado, la presidenta denunció que “se está
fraguando” un golpe contra su gobierno.
En Ecuador, José Serrano exministro del Interior entre 2011 y 2016 del
gobierno de Rafael Correa, declinó a su precandidatura presidencial al recibir
amenazas contra su vida.
Estados Unidos se opuso a la política del presidente Correa.
“Todos
sabemos que Estados Unidos es quien decide las cosas en Centroamérica.”
Salvador Nasralla, ex candidato presidencial en Honduras
“Nos
preocupan seriamente las últimas declaraciones del senador Mitch McConnell, y
si a la brevedad no modifica esa forma de pensar, nos veremos obligados a
actuar enérgicamente”. “Queremos dejar muy claro que si el
presidente Joe Biden continúa con esa postura, deberá atenerse a las
consecuencias, porque no podemos aceptar de ningún modo ese tipo de acciones”. “La
comunidad internacional repudia enérgicamente la instalación de nuevas bases de
Estados Unidos, y si no las cierra de inmediato exigiremos por todos los medios
que lo hagan, guardándonos el derecho de usar la fuerza si ello fuera necesario”. “Estamos
hondamente consternados porque el Ku Klux Klan da muestras de estar acompañando
a los republicanos, y eso nos preocupa mucho”. “Instamos a la
Casa Blanca a que termine urgentemente con el visceral racismo supremacista de
los wasp dentro de Estados Unidos, porque si no debemos tomar medidas muy
enérgicas”.
¿Alguien
podría imaginarse declaraciones de ese tipo? Seguramente no. ¡Son
impensables! Provocarían risa. Nadie se dirige diplomáticamente así a
la superpotencia de Estados Unidos, ni siquiera sus rivales que están a la par
en términos económicos y/o militares, Rusia y China.
Ahora bien: no
nos resulta en absoluto llamativo que Washington haga continuamente uso de esta
modalidad insultante. Es parte de la “normalidad” vigente. ¿Quién le
responde de tú a tú al imperio, no intimidándose de la altanería con que él nos
trata a los latinoamericanos? Casi nadie; solo los países –pueblo y
gobierno– que se atrevieron a zafarse de su yugo: Cuba revolucionaria, en su
momento la Nicaragua Sandinista allá en la década de los 80 del siglo pasado,
Bolivia con el MAS y Evo Morales a la cabeza, la Revolución Bolivariana de
Venezuela liderada por Hugo Chávez. Es decir, países que, con distintas
modalidades y estilos, caminaron por la senda del socialismo. Conclusión
rápida que se desprende de eso: solo el socialismo puede liberar de
verdad.
Ahora, con el
más absoluto descaro y desparpajo, una vez más Washington desconoce y maniobra
políticamente para sacar del poder en Venezuela al actual presidente, Nicolás
Maduro. Las medidas que ha venido tomando para lograr ese cometido son
interminables, desde intentos de magnicidio hasta la promoción de disturbios
callejeros (guarimbas) para incentivar la “reacción popular”, la colocación de
un “presidente” alterno, como Juan Guaidó hasta el desconocimiento de las
actuales elecciones realizadas el 28 de julio pasado, atentados, sabotajes,
creación de matrices mediáticas globales desprestigiando al gobierno de
Caracas, bloqueo económico para buscar la desesperación de la población y su
consecuente reacción, operadores de la CIA que actúan impunemente buscando la
reversión del proceso. ¿Por qué el imperio ataca de esa manera despiadada
a la Revolución Bolivariana y no dice una palabra, por ejemplo, de la
carnicería que está llevando a cabo el Estado de Israel contra el pueblo
palestino? Digámoslo claro una vez más, con todas las letras: porque
en Venezuela están las reservas probadas de petróleo más grandes del planeta,
y la voracidad de sus multinacionales energéticas: Exxon-Mobil (capitalización
bursátil de 420,000 millones de dólares), Chevron (283,000 millones),
Conoco-Phillips (134,000 millones), etc., no se detiene en su búsqueda de
apropiárselas.
Por último, si
en Venezuela hubiera habido un proceso irregular en las elecciones pasadas,
¿por qué esa virulencia de la Casa Blanca y no deja que los problemas del país
los arregle su propia población? No actúa de la misma manera en
interminable cantidad de casos donde los fraudes electorales son descomunales,
si esas maniobras convienen a su geoestrategia. Su hipocresía tiene el
tamaño de las reservas petroleras que busca en el país caribeño.
¿Por qué actúa
así el imperio? Podemos empezar respondiéndolo con una afirmación que, en
principio, no parece pertinente: México, gran productor de petróleo, tiene que
comprar combustible (petróleo refinado: gasolina, diesel, etc.) a las empresas
petroleras estadounidenses. O Guatemala, de donde provienen los
tradicionales “hombres de maíz” (los mayas hace 4,000 años que cultivan esa
planta en Mesoamérica), le debe comprar maíz transgénico a Estados
Unidos. Y mucho del chocolate norteamericano que consumimos en nuestros
países (de marcas “caras” y “elegantes”), tiene como materia prima el cacao que
sale de Latinoamericana. Esto comienza a explicar la anterior
pregunta: somos rehenes de la gran potencia del norte.
Eso tiene
historia. Las oligarquías vernáculas, nacidas de la colonia española o
portuguesa, surgidas ya de la corrupción y el facilismo con una visión más
feudal que capitalista moderna, no se desarrollaron al mismo ritmo de los
enclaves anglosajones de América del Norte. Desde el inicio de la vida
republicana los países del sur quedaron supeditados al amo yanki. Salvo
honrosas excepciones antiimperialistas, en general esas oligarquías prefirieron
el papel de segundo violín, teniendo asegurado su pasar a partir de la
monumental explotación a la que sometieron a sus pueblos. Y, desde el
vamos, se prosternaron hacia el capital anglosajón impetuoso. Dos siglos
después, nada ha cambiado. Las “independencias” no pasaron de ser formales
separaciones de las coronas española o portuguesa, para terminar siendo
rápidamente dependientes de Estados Unidos. Haití fue el único país donde
realmente hubo una independencia popular, producto de una rebelión de esclavos
negros en 1804, que rompió lazos con su amo colonial: Francia. Hoy día
-¿producto de una venganza histórica que le propiciaron las potencias por
aquella osadía?- Haití languidece, siendo uno de los cinco países más pobres
del planeta.
El otrora
Secretario de Estado durante la presidencia de Bush hijo, el general Colin
Powell, lo dijo sin ambages: los tratados de libre comercio firmados por
Washington sirven para “garantizar para las empresas estadounidenses el
control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre
acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios,
tecnología y capital en todo el hemisferio”. Más claro: imposible.
Desde la
tristemente célebre Doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos”…
¡del Norte!, habría que recordar), Latinoamérica es el resguardo de la potencia
estadounidense. De aquí saca una larga serie de beneficios:
·
El 25% de los recursos naturales que consume Estados
Unidos (energéticos y materias primas), proviene de esta región. Los
contratos que le permiten operar aquí para la explotación de esos recursos son
francamente leoninos, porque en general solo dejan un 1 o 2% de regalías al
país anfitrión de todo lo que extrae (mineras, petroleras, sembradíos para
agrocombustibles), llevándose (robándose) el resto. Eso, sin contar con
los daños ecológicos irreversibles que provocan, además del aplastamiento de
pueblos y culturas originarias. Las oligarquías nacionales lo toleran, y
se aprovechan de eso como socias menores.
·
Latinoamérica mantiene una deuda externa de medio
billón y medio de dólares con los organismos crediticios internacionales (Fondo
Monetario Internacional y Banco Mundial), de los que son principales
accionistas bancos privados estadounidenses. Cada latinoamericano, al
nacer, ya está debiendo 2,500 dólares a esta banca, con lo que su vida ya está
hipotecada. Lo pagará con su carencia crónica de servicios que deberían
brindarle sus respectivos Estados, y que nunca lo harán, pese a que lo mandatan
sus respectivas Constituciones. ¿Dónde queda ese dinero? En la banca
internacional de las potencias, básicamente las estadounidenses.
·
Dado la mano de obra tan barata que rige en la región
(salarios básicos de 300 a 500 dólares mensuales, cuando en territorio
estadounidense son el cuádruple), mucha industria del Norte se instala en
nuestros países (ensambladoras, maquilas, call centers, sin hacer ninguna
transferencia tecnológica), aprovechando, además de los bajos salarios, también
la falta de regulaciones laborales y medioambientales. Una vez más: las
oligarquías nacionales lo toleran, y se aprovechan de eso como socias menores.
·
Buena parte de la población latinoamericana y
caribeña, dada sus pésimas condiciones de sobrevivencia en sus propios países,
viaja masivamente al “sueño americano” en búsqueda de un mejor
porvenir. Según datos de las organizaciones que le dan seguimiento al tema
migratorio, no menos de 4,000 personas indocumentadas llegan a la frontera sur
de Estados Unidos cada día. Muchos no pasan, pero sí una gran cantidad, y
pese a al endurecimiento de las políticas migratorias, el capital
norteamericano se aprovecha inmisericordemente de esa población (ejército de
reserva industrial), chantajeándola con su irregular estatus migratorio, con lo
que se permite pagar salarios de hambre, imponiendo condiciones laborales
infames. Los gobiernos de la región latinoamericana no dicen nada al
respecto, pues esa masa de migrantes envía divisas a los familiares que se
quedaron (alrededor de un 20% del PBI de esos países), con lo que se
descomprime en parte la bomba de tiempo de la pobreza.
·
Como las relaciones del imperio con nuestros países
latinoamericanos no son igualitarias, Washington, aunque hable de tratados
comerciales “libres”, impone abusivamente productos y servicios de su
propiedad, convirtiendo a Latinoamérica en un rehén comercial. De aquí
salen materias primas baratas (vendidas por las oligarquías), pero llegan
productos industriales y servicios caros, muy elaborados (que paga la totalidad
de las poblaciones). La asimetría en la balanza comercial se inclina
tremendamente a favor de las empresas del norte.
Por todos esos
motivos el subcontinente latinoamericano sigue siendo el patio trasero de la
geoestrategia de la Casa Blanca. Es una región tremendamente controlada;
de ahí que existan no menos de 75 bases militares de Washington con gran
capacidad operativa, de las que no se sabe a ciencia cierta qué potencial
tienen; y en adición, la IV Flota Naval, con base en Jacksonville, Florida,
custodiando los mares que bañan las islas caribeñas y América Central y del
Sur. Algunas de las instalaciones militares más grandes están en Honduras,
cerca de las reservas petrolíferas de Venezuela, y en Paraguay, cerca de la
triple frontera paraguayo-brasileño-argentina, donde se encuentra el Acuífero
Guaraní, una de las reservas subterráneas de agua dulce más grande del mundo. ¿Coincidencia?
En general,
todos los gobiernos de la región –de derecha, obviamente defensores a ultranza
del libre mercado, y también los “progresismos” de estos últimos tiempos, a los
que no les queda mayor margen de maniobra– terminan arrodillándose ante las
directivas norteamericanas. Las oligarquías nacionales no osan
enfrentársele porque, así como están, están muy bien. En todo caso, son
socias menores del capital estadounidense, y los gobiernos mantienen amables
amistades (tanto, que un genuflexo presidente argentino: Carlos Menem, llegó a
decir que eran “relaciones carnales”). De ahí que cada vez que algún
mandatario de la región se sale un milímetro del guión trazado por el gran
imperio, altaneramente la Casa Blanca se permite las más groseras intromisiones
(como lo estamos viendo ahora en forma descarada en Venezuela). En tal
sentido, la injerencia en los asuntos internos de nuestros países es
proverbial. Tanto, que un ex candidato presidencial hondureño, Salvador
Nasralla, pudo decir sin vergüenza, casi con candidez, que “al final todos
sabemos que Estados Unidos es quien decide las cosas en Centroamérica”
(expresión que se podría extender a toda Latinoamérica).
Todo lo que
acontece en términos políticos en nuestra sufrida zona, tiene siempre como
actor –más o menos directo, más o menos oculto– a Estados Unidos. Los
golpes de Estado que barrieron nuestros países en prácticamente todo el siglo
pasado, las fuerzas armadas de cada país preparadas en estrategias
contrainsurgentes y anticomunistas desde la Escuela de las Américas, las
actuales frágiles democracias, las decisiones que toma la Organización de
Estados Americanos –OEA– (su “ministerio de colonias”, según expresión del
cubano Raúl Roa García), o el actual coro global anti-Maduro que se ha gestado,
no son sino movidas de la política de Washington. Su injerencia, su
abierta y grosera intromisión en nuestros asuntos, ya se acepta como normal.
¿Con qué
derecho Washington declara ahora ilegal, ilegítimo o usurpador al gobierno
bolivariano de Nicolás Maduro? No hace lo mismo, por ejemplo, con Paul
Biya, en Camerún (casi 50 años en el poder), o con Teodoro Obiang Nguema
(Guinea Ecuatorial, dictador durante 40 años), o con Denis Sassou-Nguesso
(República del Congo, 40 años como mandatario), o con Yoweri Museveni (Uganda,
40 años como presidente elegido “democráticamente” con probados fraudes), ni
con ninguna petro-monarquía de Medio Oriente, que fungen en la dirección de sus
feudos sin ninguna elección, ni con las parasitarias monarquías europeas, de
ascendencia real (¿divina?), que permanecen en sus tronos por
décadas. Como ninguno de estos procesos toca los intereses geoestratégicos
de Washington, no pronuncian una palabra. En la Venezuela actual es
distinto: no hay ahí el más mínimo interés por la supuesta democracia o por el
bienestar de su población, sino solo el mezquino interés encubierto de mantener
la reserva petrolera más grande del mundo bajo su influencia, la cual, con la
revolución popular y antiimperialista que está teniendo lugar (más allá de
todas las necesarias críticas que se le puedan hacer), no está asegurada para
su proyecto hegemónico.
¿Hasta cuándo
las burguesías nacionales y los blandengues gobiernos de la región van a seguir
permitiendo la injerencia norteamericana? ¿De verdad que quieren las
relaciones carnales? Es un poco vergonzoso, ¿verdad? Como
vemos, solo el socialismo puede ser realmente antiimperialista.
El patio trasero de Estados Unidos (en inglés: America’s Backyard) es un
concepto utilizado a menudo en contextos de ciencia política y relaciones
internacionales para referirse a la esfera de influencia de los Estados Unidos,
especialmente América Latina.
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