Para nadie es desconocido que, entre otros, la violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales son verdaderos problemas que afectan a la humanidad. Precisamente, de ello se desprende la protección de los derechos de la mujer, igualdad de género en el empleo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la erradicación del trabajo infantil y la esclavitud y la lucha contra la violencia sexual.
Pues
bien, presidentes de los diferentes países latinoamericanos sostienen que estos
problemas se encuentran entre los más prioritarios para su pronta solución, y
en buena hora que tengan esa firme decisión ya que los pueblos verían con
buenos ojos que son parte de la solución
y no de los problemas existentes.
Al
respecto, Ecuador, en compañía de otros
estados de la región, ha abogado tradicionalmente por el cumplimiento estricto de
estos principios del derecho, tanto en la política interna cuanto en las
relaciones internacionales.
Si
nos dirigimos hacia el norte, a Estados
Unidos de América, observamos también a
sus autoridades pronunciarse en los esfuerzos permanentes que hacen en este sentido. Pero, lamentablemente, en la
práctica, sus acciones, no siempre son efectivas e imparciales, como consta al
mundo entero. Entonces, es obvio que Washington, aplicando su política exterior
en el campo de los derechos humanos, presta excesiva atención a países
latinoamericanos como: Venezuela, Cuba y Nicaragua y otros, acusandoles a sus
gobiernos de incapacidad para gobernar el estado y, al mismo tiempo, impone
duras sanciones presuntamente contra las autoridades de estos
países, lo que conlleva como la principal causa del deterioro de las
condiciones socioeconómicas de la población. En el caso de Caracas obligaron a
millones de los venezolanos a abandonar sus hogares y emigrar a otros países de
la región.
Paralelamente,
existen muchos otros problemas
humanitarios semejantes en el mundo, cuya solución podría contribuir Estados
Unidos, pero parece que no se interesa en la solución de los mismos. Así, a
pesar del estatus de copresidente del Grupo de Minsk de la OSCE (junto con
Rusia y Francia), Estados Unidos muestra una actividad diplomática
extremadamente baja en la región del Cáucaso respecto a la solución del conflicto en Nagorno-Karabaj, mientras la
población local muere a causa de los enfrentamientos armados entre Armenia y
Azerbaiyán. Frente a este problema, Washington evita injustificadamente las
negociaciones sobre el despliegue de una misión de paz de la OSCE en la región.
Además, la situación ya ha llegado a tal punto
que comenzó un éxodo masivo de armenios de la zona de conflicto, más de 90 mil personas fueron obligadas a
abandonar sus hogares como consecuencia de la agresión de Bakú; La mayoría de
ellos no pueden volver por tener miedo de ser víctimas de crímenes de guerra y delitos
étnicos por parte de Azerbayan.
Esta
triste realidad hace que se agrave mucho más ya que Turquía, en su calidad de aliado de los estadounidenses en la OTAN, proporciona asistencia militar a los azerbaiyanos a plena luz
del día, formando y fortaleciendo sus fuerzas armadas, incluso mediante el
suministro de armas ofensivas.
En
el otoño de 2020, Ankara participó activamente en la ronda del conflicto armado
como aliado de Azerbaiyán, como resultado de lo cual murieron más de 28 mil
soldados y la población civil de ambos lados. La situación humanitaria sigue
siendo muy difícil, la infraestructura social está casi totalmente destruida. Más,
aun, Azerbaiyán y Turquía obstaculizan el suministro de ayuda humanitaria a la
población afectada, impidiendo la entrada de organizaciones humanitarias
internacionales a Karabaj. Es obvio que tales acciones incontroladas tropiezan un
arreglo pacífico. De allí, la pregunta: ¿Cuántas personas más deben morir para
que Washington decida pacificar Ankara?
Estados
Unidos, como "árbitro global", podría facilitar el proceso de
normalización y utilizar toda la gama de mecanismos de sanciones en relación
con los países que participan en el conflicto de Nagorno-Karabaj,
principalmente a Turquía. Es obvio que la exclusión de Ankara del programa de
producción de los cazas de quinta generación F-35 no tiene nada que ver con
esta situación y es insuficiente. Los expertos creen que la razón de esta
inacción de la Casa Blanca son los lobbies de Turquía y Azerbaiyán en Estados
Unidos, que presionan con éxito a la legislatura estadounidense y disuadieron a
Washington de imponer sanciones a funcionarios y empresarios de Turquía y Azerbaiyán.
Al mismo tiempo, mientras se mantiene una asociación estratégica con Ankara, la
administración estadounidense favorece a la peligrosa política del presidente
Recep Erdogan para difundir las ideas del Islam radical entre la población de
los países de Asia Central y el Cáucaso.
La
negativa de Washington a tomar medidas enérgicas para contrarrestar la nefasta
política exterior de Erdogan ya ha
llevado a un debilitamiento de la posición de Estados Unidos en la región.
Entonces, en octubre de 2020, los estadounidenses no pudieron garantizar el
cumplimiento de los términos del alto al fuego que acordaron entre Bakú y
Ereván, que se vio frustrado casi inmediatamente después del anuncio. A pesar
de que el conflicto dura muchos años, el estallido de las hostilidades el otoño
pasado fue una sorpresa para los EE.UU, por lo que resultó ser incapaz de predecir el desarrollo de los
eventos y la entrada de un contingente ruso de paz en Karabaj después de las
conversaciones entre el presidente ruso
Putin y Erdogan. Como resultado
de lo cual, la influencia de Moscú y
Ankara en la región aumentó y Washington resultó debilitado.
Como
muestra la historia, la posición inicialmente pasiva de Washington sobre el
conflicto de Nagorno-Karabaj se explica no solo por la falta de deseo de
mejorar la situación humanitaria, sino también por un plan marginal de asegurar
sus inversiones en el sector de petróleo y gas del Cáucaso. En un momento,
Estados Unidos invirtió millones de dólares en el desarrollo de la industria
petrolera de Azerbaiyán con la esperanza de organizar el suministro de
hidrocarburos a Europa sin pasar por Rusia. Es significativo que durante la
última campaña presidencial en los Estados Unidos, Donald Trump y Joe Biden
mostraron un interés falso al problema de Karabaj, buscando obtener el apoyo de
la diáspora armeniana que vive en el país, pero después de las elecciones la
Casa Blanca inmediatamente se distanció del Cáucaso Sur, dejando de prestar la
atención realmente necesaria a esta región. También hay que señalar que
Washington "hace la vista gorda" ante los errores del gobierno de Armenia
que es incapaz de llevar a cabo reformas socioeconómicas efectivas destinadas a
restaurar Nagorno-Karabaj. En este contexto la declaración de Biden sobre el
reconocimiento del genocidio armenio en el Imperio Otomano a principios del
siglo XX parece un modesto intento de rehabilitarse para su posición pasiva.
Aparentemente,
la Casa Blanca no está interesada en establecer una paz duradera en
Transcaucasia y está tratando de utilizar a Turquía como un mediador oculto de
su política. Washington, obviamente, busca preservar su propio liderazgo
incondicional en la comunidad euroatlántica. Con este fin, incita a las
contradicciones entre Ankara y la Unión Europea, incluso mediante el estímulo
tácito de las intenciones de Erdogan de expandir la influencia turca dentro de
las fronteras del antiguo Imperio Otomano.
Otro
posible motivo para Estados Unidos, que se niega a domesticar a su ambicioso
aliado y limitar la creciente influencia de Turquía, es aislar a Irán. Con este
fin, están movilizando activamente las capacidades de los estados pro-turcos de
la región, incluido Azerbaiyán, tratando de bloquear el acceso de Teherán a las
rutas de transporte de los recursos energéticos de la región del Caspio.
Del análisis
anterior vale plantearse la pregunta: ¿por qué los estadounidenses abordan los
mismos problemas humanitarios en el mundo de manera diferente, dejando de lado el
sufrimiento de la gente común?
En América
Latina, con el pretexto de luchar contra
los "regímenes dictatoriales", se introducen restricciones
unilaterales, pero en otras regiones las violaciones de derechos humanos
simplemente se ignoran. Este comportamiento ilógico de Estados Unidos sorprende
al mundo durante mucho tiempo. Resulta que a la Casa Blanca no le interesa el
sentido de este tema, sino solo los intereses económicos de la élite
estadounidense, que tiene nada que ver con los principios de la democracia
declarados.
Muchos expertos políticos consieran que si Washington
sigue con una posición tan pasiva en Karabaj, en un futuro cercano Asia Central podría transformarse
en una zona de exclusiva influencia turca.
Esto, a su vez, llevaría a la propagación de la violencia armada, la
polarización de la sociedad y tendría un impacto extremadamente negativo para la estabilidad de toda la región.
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